CRISTOBAL PARDO en CHOTA y SICAYA

El caldense sigue los pasos de su padre
Cristóbal Pardo: un dos que sueña ser el uno
Por: Víctor Diusabá Rojas
La vertiginosa carrera de un torero que ya se ganó un lugar en todas las ferias importantes del país, con el único respaldo de sus méritos.
Foto: Raúl Arboleda
Pardo nació en La Victoria (Caldas) el 27 de agosto de 1978.
Las cornadas del hambre siempre han hecho toreros. O al menos, afición. En el caso de Cristóbal Pardo, ambas cosas. Este sábado en la tarde, cuando haga el paseíllo en la Santamaría, algunas imágenes del duro pasado darán vuelta con orgullo bajo su montera, en esa cabeza que ha sabido meterse por el hueco de la oportunidad y salir al otro lado.
Pero comencemos por definir qué es el hambre en el mundo del toro actual. No son las tripas pegadas al espinazo de los maletillas del el viernes, esos muchachos que saltaban tapias y cercas para sacarle un par de muletazos ilegales a un toro viejo y dejaban huérfanos de frutos a los árboles hasta indigestarse.
No. Cristóbal jamás tuvo ese tipo de necesidades. Su papá, nuestro inolvidable Cristóbal Pardo, el ‘Cordobés’ criollo, lo sacó adelante, pero no tuvo cómo empujarlo, más allá de los consejos, para que se ganara un lugar en la torería nacional, el hambre de estos tiempos que sólo se calma con lugares en los carteles de las principales ferias.
Ahora, Cristóbal, el hijo de Cristóbal está ahí, puesto. En Bogotá, hoy; en Medellín, ayer; en Manizales, un mes atrás; y en Cali, en la Feria. Por cuenta de sus propios méritos y fruto de una carrera ascendente que comenzó quince años atrás, con el apetito de ser no sólo el torero más importante de su pueblo, La Victoria, Caldas, sino el de un país que en los últimos años ha visto más alternativas que realidades.
Lo suyo, por fortuna es una de esas excepciones. Ya tiene en su casa un trofeo de la Feria de Cali (la de 2006) y tras su reciente paso por las principales plazas, el balance deja un hecho incontrovertible: después de Luis Bolívar, es Cristóbal Pardo el torero nacional más importante del momento.
Esa idea la cuajó en años, entre el miedo, la ilusión y la verdad. Con hechos concretos: como esa vez en que en Sabanalarga, un pueblito de Casanare, un toro le partió la cara a su padre. O ese añonuevo que los cogió a ambos en San Mateo, Boyacá, al abrigo de los cajones en que habían llevado los toros, porque no había cómo pagar un hotel.
Más adelante, el camino le tenía muchas cosas buenas. Entre ellas, un hombre que le iba a señalar el camino al trabajo para ir limando los defectos que nunca faltan, y por ahí mismo a las puertas grandes. Ese hombre es un torero de 24 horas al día y 365 días al año. Se llama César Camacho. Y con él, no sólo llegó la alternativa, esa que le concedió el 20 de enero de 2002, en la Santamaría, y con Sebastián Vargas como testigo. También llegaron los toros de una familia ganadera que lo ha adoptado como suyo: los Rocha.
El Cristóbal Pardo que también es figura en Perú. El que se puso por delante, con decoro y entrega, ante quizás el toro más serio de toda la temporada colombiana, uno de Juan Bernardo Caicedo, en Manizales, el pasado 8 de enero, al que le cortó las dos orejas. El mismo Cristóbal Pardo que abre de par en par los oídos para atender los consejos del maestro César Rincón en los tentaderos. Ese torero quiere pasar un nuevo examen, ante una afición como la bogotana que, porque lo ha visto crecer, le exigirá estar mejor que siempre.
“Y yo estoy dispuesto a complacerla”, dice con fe, mientras se abrocha los botines para un nuevo tentadero, esos que tanto le han servido para lo que es: un dos que sueña con ser el uno.

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